miércoles, 16 de octubre de 2013

exp dos

Hoy tuve un sueño:
un perro me ladraba.
El perro era especial, poque era hermoso:
tenía tu cara.
Y también tenía tu cuerpo, pero era un perro.
Porque ladraba.
Me cuesta distinguir,
intentando revivirlo,
por tus gritos, por favor, si me dejás pensar,
si era sueño o pesadilla.
El perro no me corría, yo lo corría a él.
Y el perro, furibundo, me ladraba.
Yo lo corría con rosas.
Pero el perro me ladraba.
Y me tomaba el horror
y me erizaba la piel
y los vellos de los brazos
eran como las púas
en el lomo de un puercoespín,
que casi nunca está a la ofensiva
porque así es un puercoespín
cuando un perro le ladra.
Recuerdo algo más:
ladraba este perro
con tus voces y palabras.
Como si hubiera robado
el libreto de tu vida
decía tus mismas cosas y miraba con la misma desfachatez.
Pero era un perro
porque ladraba.
Y tenía ese mismo pantalón.
Y esa musculosa.
Y ahora que lo pienso, no fue sueño ni pesadilla,
si pasó recién, nomás.
Pero era un perro
porque ladrabas.
¡Quieta! ¡perra mala!
Te voy a dejar
de dar de comer.

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